viernes, 25 de septiembre de 2009

Reportaje para la revista Artes y Letras, por Juan Núñez

Reportaje a Walter Iannelli, para la revista Artes y Letras, por Juan Núñez (Agosto 2007).


¿A qué momento de tu vida, literariamente, y por qué, te gustaría volver?

Si la pregunta es a qué momento “literario”, diría que es una pregunta que en una de esas debería responder alguien que pudiera volver de momento literario alguno. Yo aún creo que estoy de ida, es decir que si hablamos en términos literarios, aún no he llegado a ningún lugar del que pudiera volver. Más bien me gustaría seguir yendo. Pero quizá me estoy complicando con la pregunta: quizá se supone que debo decir “literariamente” a qué momento de mi vida quisiera volver. A la tierna infancia, a la adolescencia desenfrenada, a la incipiente madurez llena de proyectos. Pues bien, soy un tierno infante, un adolescente desenfrenado, sólo que se me pasó el tiempo muy rápido y cambiar cuesta mucho. Todos tenemos un Dorian Gray adentro. Sin embargo, aunque la tentación de imaginar la posibilidad de volver a la infancia, por ejemplo, resulte muy grande, me daría mucho miedo hacerlo. No porque esté demasiado contento con mi vida, ni ninguna de esas cosas. Simplemente porque uno va dando pasos, pequeños, largos, sucesivos, hasta ser lo que uno es hoy día. Y si volviera, podría volver a dar pasos pequeños, largos, sucesivos hasta llegar a ser algo que no es lo que soy hoy día. Sería otra persona ¿Y qué sería de mí, el que soy ahora, si resulta que termino siendo otro? Ya no existiría. Entonces prefiero seguir existiendo

¿Qué tiene que suceder en vos para que te sientes a escribir?

Tengo que estar descansado, abatido, con la libido baja, alta, feliz y a punto de suicidarme. Como diría Juarroz, y aunque suene un poco retórico y mis amigos se caguen de risa, trato de “vivir en estado de poesía”. Claro que eso no significa subir al colectivo y pedir cien gramos de mortadela. Soy un tipo normal, tengo tapa en el inodoro del baño y me gustan los helados de Freddo, aunque prefiero ahorrarme la guita y cambiarla por tiempo libre para tomar mate y rascarme la panza mientras miro por la ventana. Eso quiere decir que al margen de ciertos quilombos mentales tengo cierta escala de valores que me permite discernir entre las cosas que tengo ganas de hacer y las que no, y las conveniencias de hacerlas y no hacerlas. De modo que ya estoy en la etapa de por lo menos amonestarme cuando me descubro encontrando excusas estúpidas para no hacer lo que tengo ganas, por ejemplo, escribir. En otras palabras, trato de ser coherente con lo que pide mi cabeza, cosa que parece de perogrullo pero que sorprendentemente no lo es: conozco un montón de gente que declara bajo juramento que lo que más desea en el mundo es escribir y vive inventándose asuntos para no hacerlo.

¿Corregís, tirás, o tratás de recuperar de alguna manera lo que hacés, o no?

Últimamente no tiro nada, pero eso no quiere decir que lo que no tiro me parezca bueno. No tiro porque tengo la sensación de que entre ese montón de letras está eso que quise decir y que si lo miro de vuelta, fijamente, por un término que pude variar entre un minuto y tres años, es probable que encuentre el agujero por donde se me fue aquello que quise decir y así meter la mano tientas a ver si puedo encontrarlo. Como sugiere Paúl Auster en “El palacio de la Luna”, es en el papel donde uno recaba la dimensión de la verdadera distancia entre el cerebro y la boca. Hay que tener valentía para pretender ser escritor (me refiero a los que pretenden serlo en serio): es mucho más dulce quedarse con la idea, el fulgor, el eco de la idea en la cabeza. Cuando uno la quiere llevar al papel se da cuenta de los límites, como cuando se despierta de un sueño con la sensación de acordárselo todo y al momento de contarlo nota que apenas recuerda lo concreto, jamás aquello sustancial y suprafísico que sostenía las emociones.
Por eso también corrijo o rescribo mucho cuando algo no me gusta. No por una cuestión de purismo, aunque creo que si alguien quiere escribir debe dominar la herramienta. Sino porque busco en esa búsqueda aquello que quiero decir (nunca lo que ya sé que digo, sino aquello que no sé que voy a decir, aquello que no sé ni siquiera que sé), tirando de la idea, hasta que la idea empiece a tirar de mí, como dice Dolina.
En este punto debería sentar postura: No creo que se pueda escribir sentado sobre la suposición de la escritura espontánea. A algunos autores un buen cuento les lleva 20 minutos de tipeado porque tienen 20, o 30, o 40 años de oficio: pero a no engañarse, ese autor no escribió el cuento en 20 minutos. Lo escribió una y cada vez que corrigió textos anteriores. Querer escribir un buen texto sin haber reescrito 5 o 10 años (o por lo menos haber escrito 5 0 10 años, teniendo en cuenta que a veces rescribir es tirar y escribir otra cosa –que, no nos engañemos, será siempre la misma-) es como creer que porque tengo el diccionario en la mano no me van a faltar palabras.

En estos momentos sos el responsable del área de letras en la Dirección de Cultura de Morón. ¿Eso facilita o dificulta tu labor de escritor? ¿Qué te exige?

En términos generales la facilita. Hago lo que me gusta, o por lo menos cosas relacionadas con lo que me gusta y me pagan por ello (lo que en un momento me pareció obsceno, como diría Abelardo Castillo, y hoy me parece muy propio). Me muevo con cierta flexibilidad y la gestión, que entiende que un tipo que quiere escribir requiere de algún apoyo logístico para los asuntos prácticos, hace todo lo posible por entender que mi mayor preocupación está puesta en los contenidos, más allá de las cuestiones administrativas de rigor.

¿Cómo ves la situación de la literatura, a partir de las figuras consagradas en el ámbito nacional, los nuevos escritores, y el movimiento literario en nuestra zona?

Esta cuestión debería zanjarla en una o dos enunciaciones pero seguramente me llevará un tratado. En el ámbito nacional, como cualquiera podría notar, no están todos lo que son, ni son todos los que están. Quizá nunca hubo tanta diferencia entre términos como fama y prestigio. Un amigo con mucho criterio me decía hace unos días: “es notable, ahora no alcanza con ser sólo escritor para ser escritor”. Claro, ahora para ser escritor debés antes que nada ser periodista, modelo, corredor de autos, asesino, cirujano plástico famoso y haber almorzado por lo menos una vez con Mirtha Legrand. Si sólo sos escritor, aunque seas bueno, apenas estarás alcanzado por los beneficios del prestigio, que redunda en tres o cuatro líneas cada vez que publicás un libro y el reconocimiento callado de algunos pares y críticos que no dudarían en llevarte en andas si hubieras aparecido en televisión cortándole las uñas a Guido Suller. El criterio de las dos o tres editoriales grandes y multinacionales es el mismo. Es notable como un mercado que debería regirse en un mundo propio, es decir el de los libros, se rige por uno paralelo, que instaura una realidad propia, como es la televisión.
Para la gente con prestigio quedan los premios nacionales y oficiales que vendrían a ser la palmada gubernamental al ilustre desconocido. La tele se llena de periodistas, de filósofos y de sicoanalistas que de pronto devienen en escritores ganadores de rutilantes y oscuros galardones, que no hacen más que confirmar la teoría de mi amigo: “ser escritor parece ser lo de menos para ser un buen escritor”.
Los nuevos escritores son sólo eso, nuevos. Y después están los otros que no son tan nuevos y los llaman los nuevos escritores una vez que los descubren (y los pobres tipos hace años que vienen construyendo una obra).
El movimiento literario en nuestra zona es increíblemente grande, pero no escapa a las generales de la ley. Mucha gente que escribe, un poco menos la que lee, algunas figuras como para tener en cuenta, mucho presente joven, un incierto futuro. Porque no olvidemos que para sostener el oficio de escribir hay que trabajar, muchas veces en soledad, leer entre diez y treinta veces más que el promedio, escribir como un loco y sostener ese trabajo durante los años suficientes para que cuando llegue el talento (y no la notoriedad) nos encuentre preparados.

¿Qué criticarías, si lo consideras criticable, en nuestra cultura?

Cierta cosa decadente que es muy marcada en los últimos tiempos: la música de rock, salvo honrosas excepciones es barata y fácil, los letristas tiene pocas luces, la literatura muchas veces cifra sus expectativas en el mero argumento y cuesta encontrar una doble lectura inteligente (el único registro válido de la verdadera literatura), algunos artistas plásticos se han vuelto tan experimentales que necesitan de elementos externos a la obra para explicar sus contenidos, ciertos autores de teatro pierden de vista la escena en pos de decir lo que tienen en la cabeza antes de empezar a escribir la obra y Julio Bocca es noticia porque salta un charco en una propaganda de Yogurt, pero quién sabe cómo carajo se mira el ballet, porque a muy pocos le interesa. Y sobre todo, en líneas generales creemos, en esta nueva modernidad argentina, que se puede ser bueno sin esfuerzo, que todo da lo mismo, etc. La gente a veces me pregunta ¿así que usted escribe cuentos?, sí, constesto. ¿Y le gustan a los chicos?

¿Qué considerás necesario hacer en ese aspecto en nuestra zona?

Esto que estamos tratando de hacer desde Arte y Cultura, pero mucho más: generar espacios, abrir el estado municipal a todas las expresiones, acercarle a la gente cosas con valor, instalar ámbitos de debate y sobre todo escuchar lo que dice el otro.

¿En qué estás trabajando en estos momentos?

Corrijo una segunda novela, le doy los últimos toques a un tercer libro de cuentos, promedio un ensayo sobre la escritura y sigo haciendo mutar un libro de poemas, que ya he editado parcialmente, pero que cada vez se parece menos a lo que originalmente era. Pasé algunos años desesperado por editar, y ahora que tengo quien me edite o cómo hacerlo, no estoy tan apurado. Se publica mucha basura, de modo que no quisiera aumentar deliberadamente el volumen de los tachos.

¿De no ser quien sos, quién te hubiera gustado ser?

Me hubiera gustado ser Joseph Conrad, José Donoso, Julio Cortazar, y tener las patillas de Javier Calamaro. Engancharía con lo que venía diciendo antes: es una cuestión de identidad. A uno le preguntan ¿te gustaría ser Juan Pérez? Y supongamos que sí. Sin embargo a poco de empezar a jugar con la idea se descubre que es uno mismo quien quiere ser Juan Pérez y no ser Juan Pérez en el cuerpo y la cabeza de Juan Pérez, porque en ese caso ya seríamos el mismísimo Pérez y no nosotros mismos. Uno quiere ser como el otro y no “el” otro (“yo soy otro” no es lo mismo que “yo es otro” como decía Rimbaud). Sin embargo a veces uno termina siendo otro, “un desconocido de sí mismo”, como diría Octavio Paz de Pessoa, quien jugó con esos fuegos. Terrible e irresistible, como matarse en vida propia, en virtud del arte, o de la locura creativa: y es notable Pessoa significa persona en Portugués y viene de persona, máscara de los actores romanos (siempre está la idea, la sensación, de que aquello que somos no es lo que somos, o por lo menos no es todo lo que somos. De que hay otro afuera que sabe más que nosotros, o otro más viejo, más antiguo, como sugiere el mismo Paz en “La mirada anterior”, por ejemplo). En otros términos acá vimos cosas relacionadas realmente espeluznantes: el caso de los chicos apropiados por la dictadura. Te insuflan una vida, te hacen ir en determinada dirección y de repente te enterás de que tu vida tendría que haber sido otra, y que en algún lugar, simbólico o imaginario, esa otra vida se estuvo trazando abstracta y paralela, inalcanzable. Inalcanzable, porque en realidad, no hablamos del hurto de un brazo o una pierna. Si te chorean la identidad te hacen “parte del fenómeno”, y si estás adentro del fenómeno ni siquiera podés vislumbrar la posibilidad de haber sido otro: ya sos lo que sos. Y a veces resulta que sos una cosa terrible y te parece bárbaro serlo.

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